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lunes, 4 de julio de 2011

yo. yo. yo.yo.


¿Alguna vez os habéis preguntado cómo es estar a la sombra de alguien?
Realmente, no es muy divertido. Al principio es halagador que te comparen con una persona que supuestamente tiene tanto talento. Le da cómo sentido a tu existencia, aunque no sé por qué.
Te hace sentir que eres genial. Por lo menos durante una temporada. Lo justo para creer que vales algo.
Pero entonces empiezas a observar cosas. Pequeños detalles que los demás no ven.
Siempre he sido una de las bendecidas con ese don, o maldecidas, según se mire.
Es muy frustrante saber que alguien es imbécil y no poder contarlo. Y mucho más cuando el mundo lo ha colocado en un enorme pedestal del que será imposible bajarlo.

Ser malo en algo que te gusta, es horrible. Pero aún es peor la mediocridad. No destacar, y observar que otros se llevan el mérito de tus opiniones, de tus ideas, de tu esencia. Duele. Mucho. Y te hace pensar, y darle vueltas. Y no puedes evitar compararte con ese supuesto ángel caído del cielo.

Y es asqueroso, porque no es cuestión de celos, ni de envidia, es únicamente intentar que no te suplanten. ¿Por qué si, siendo tú misma, nadie te hace caso, y esa persona, robando tu personalidad es una deidad en la tierra?
Cosas que nunca comprenderé. En realidad no me importaba mucho. Solo intentaba encontrarme a mí misma. Pero cómo todo en la vida tiende a complicarse, sucedió.

A veces pasa, que dos vidas que parecen paralelas, se entrecruzan. Al principio te niegas. Porque no está bien. O supuestamente no está bien, aún no lo tengo claro...
Encuentras a alguien que, por primera vez, te ve, tal y cómo eres. Y es la última persona en la faz de la tierra que esperas que lo haga. Pero sucede. Y vuelves a ser quién eras, a ser feliz, a sentir que no eres invisible.
Pero aunque no lo sepas, sigues a la sombra. Siempre comparando, siempre intentando ser mejor. Incluso empiezas a comportarte cómo una versión exagerada de ti misma para que los demás vean lo fantástica que eres. Pero llega un momento en el que no puedes más.
Ya no son los demás, o la opinión que puedan tener de ti. Te das cuenta de que llevas tanto tiempo intentando demostrar lo increíble que eres, que te has olvidado de ti misma. De quién eres. Porque sigues ahí, a pesar de todo. Mejor o peor. Pero TÚ

Entonces, un día, reconoces que estás cansada. Cansada de ese ser perfecto, de que los demás lo sigan prefiriendo antes que a ti. Ya te da igual. Has estado tantas veces al borde del precipicio, que te has olvidado de que estás a punto de caer. Pero tú te mantendrás ahí, en sitio. A lo mejor te balancearás, pero no irás al suelo. En cambio sabes que algún día, ese ángel perdido, en su egocentrismo, intentará volar. Y todos sabemos que los ángeles no existen. Que las alas son falsas.
Pero recuerda, a ti estas cosas te dan igual. Por eso molas


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