Odiaba los lienzos blancos, los pinceles, el óleo, la acuarela, el pastel y el carboncillo. Los odiaba más que cualquier otra cosa en el mundo. Todos los jueves por la tarde acudía con su tío a las clases de pintura de un ilustre pintor manchego y durante dos horas no hacía otra cosa más que mezclar colores y manchar el lienzo. No quería pintar, no le gustaba.
Desde pequeña, habían dado
por hecho que su don con la pintura la llevaría a los más alto, a ganar
concursos, a doctorarse en Bellas Artes y a vivir en Montmartre ubicada en un ático y fumando
cigarrillos. Un sueño por cumplir para su tio, pero algo que a ella no le hacía mucha gracia.
Aguantó durante nueve largos años, hizo amigos y aprendió
bastante. Pero al terminar el bachillerato, tiró su bata a la basura, guardó
sus pinceles y se prometió a ella misma y al mundo que nunca más dejaría que
nadie decidiese su futuro por ella. Se negó a asistir a más concursos, a hacer
más exposiciones y a tocar cualquier cosa que se pareciera a un caballete. Hubo
decepción: "Estás malgastando tu vida, no puedes desaprovechar tu potencial, te
arrepentirás"
Era tal el asco
que sentía a todo aquel mundo que decidió no volver nunca más a hablar sobre su
alter ego, sobre la niña prodigio a la que pillaban en clase de matemáticas
dibujando, aquella que hacía sus propios dibujos y los vendía entre sus
compañeros de clase por el módico precio de 50 céntimos por folio. Aquello
había acabado.
Estuvo un mucho tiempo sin pintar, y cuando por aburrimiento volvió a intentarlo, descubrió que se le había olvidado. Al principio le hizo gracia, porque con tal excusa nunca más volverían a obligarla. Pero por otra parte sintió una profunda tristeza. Lo que durante tanto tiempo la había diferenciado del resto, la había hecho especial y había conseguido que recibiera alabanzas de personas que ella realmente admiraba. Ya no estaba. Dicen que debes tener cuidado con lo que deseas. En aquel momento ya estaba claro.
Estuvo un mucho tiempo sin pintar, y cuando por aburrimiento volvió a intentarlo, descubrió que se le había olvidado. Al principio le hizo gracia, porque con tal excusa nunca más volverían a obligarla. Pero por otra parte sintió una profunda tristeza. Lo que durante tanto tiempo la había diferenciado del resto, la había hecho especial y había conseguido que recibiera alabanzas de personas que ella realmente admiraba. Ya no estaba. Dicen que debes tener cuidado con lo que deseas. En aquel momento ya estaba claro.
Pero Alba era
una chica bastante cabezota, y aunque al principio decidió no darle más vueltas
a su extraño evaporamiento artístico, no olvidó la de cosas que había hecho por
ella. Por eso, una tarde que se encontraba sola, subió al desván. Cogió uno de
sus cuadros olvidados, el preferido por todos, una rosa blanca. La estuvo
observando durante mucho rato. Después la cogió, la sacó a la calle y la destrozó.
Entre lágrimas se preguntó a sí misma cómo podía haber hecho aquello, cómo podía haberse cargado su mejor obra y qué les diría ahora a sus padres, que siempre alardeaban de artista y enseñaban el cuadro a sus visitas. Subió al desván de nuevo, y pensó en la excusa que les diría para evitar la inminente masacre. Y entonces lo vio. Estaba en una esquina. Un pequeño cuadro olvidado, una copia venida a menos, sin terminar. Una rosa blanca que empezó intentando imitar a la anterior, pero que dejó a medias por puro aburrimiento.
Entre lágrimas se preguntó a sí misma cómo podía haber hecho aquello, cómo podía haberse cargado su mejor obra y qué les diría ahora a sus padres, que siempre alardeaban de artista y enseñaban el cuadro a sus visitas. Subió al desván de nuevo, y pensó en la excusa que les diría para evitar la inminente masacre. Y entonces lo vio. Estaba en una esquina. Un pequeño cuadro olvidado, una copia venida a menos, sin terminar. Una rosa blanca que empezó intentando imitar a la anterior, pero que dejó a medias por puro aburrimiento.
Sin pensarlo
siquiera, colocó el lienzo, sacó sus pinceles y comenzó a dibujar el la rosa. Primero con el carboncillo, después con un pequeño pincel mojado en
agua y en color azul, creó el contorno. Luego vino el fondo, para el que eligió
un color vino con tonos marrones, y finalmente, la rosa. Cada pétalo que
dibujaba trasladaba su mente a un lugar muy lejano, anclado en el tiempo, en el
que una niña pequeña dibujaba casitas en un prado y que reñía a su madre por no
saber pintar tan bien como ella. El pincel se deslizaba sobre cada línea del
lienzo con total precisión, sin olvidarse de ningún hueco. No le hizo falta
siquiera alejarse para ver el avance de la obra desde otra perspectiva, ni
parar para beber agua, ni siquiera para ir al baño. En tres horas y media, el
cuadro estaba terminado. Casi idéntico al anterior, únicamente distinto en el
brillo. Algo diferente.
Finalmente,
Alba se limpió las manos en la bata, se alejó y miró su cuadro. El
vigésimo quinto de su trayectoria. El primero de su vida.
Hoy, después de
cuatro años, he vuelto a pintar.
Esto es una historia real, te ha pasado a ti, o es ficticio? Porque me ha encantado...
ResponderEliminar